La inflación: sus causas y los mitos
Por Isaac Grober
Contador Público y Magister en Economía
Miembro del Consejo Editorial de la Asociación Civil-Cultural Tesis 11
Confrontando con la orientación neoliberal se rebaten aquí sus mitos teóricos y de política económica, para terminar demostrando que la inflación es un mecanismo de apropiación monopólica de la riqueza social. El necesario enfrentamiento contra la inflación, más que técnico es político: ganar en correlación de fuerzas es el requisito para salir airoso. Propuestas en consonancia.
Definimos la inflación como aumento reiterado y generalizado de precios y lo diferenciamos de la variación puntual, aislada de la de unos u otros productos y/o servicios, alzas que pueden manifestarse sin que por ello se las encuadre como proceso inflacionario
Al abordar el tema de las causas de la inflación centraremos el examen de este fenómeno al que vive la economía argentina desde el año 2003. Circunscripto a este período, aislamos el campo sometido a examen y hacemos más comprensible la esencia de la ilustración al evitar la introducción de variables como el de las abruptas variaciones del tipo de cambio y su efecto sobre el costo de las importaciones o el de la saturación de la capacidad productiva de ramas vitales de la economía que, obligadas por ello a operar en forma ineficiente, descargarían su efecto sobre los costos de producción y los precios. Como ninguno de estos casos acusó existencia durante estos siete últimos años, tampoco puede pensarse que sean causales de peso del fenómeno inflacionario desde el 2003 para acá.
Adentrándonos ahora al por qué de la inflación y pasando revista a las explicaciones de los economistas y exponentes del pensamiento neoliberal, encontraremos que todos ellos coinciden en atribuirla al exceso de demanda de bienes y servicios por sobre la oferta.
Así, asentados en la “natural” ley de la oferta y la demanda quieren explicar el ritmo de los precios e inducir soluciones. Omiten que para su formulación teórica esa ley parte del supuesto de que todos los que acuden al mercado, tanto oferentes como demandantes, son entes atomizados, no hay monopolios ni oligopolios y ninguno de esos entes, aisladamente, tiene capacidad de incidir en los precios.
Para explicar causas, el neoliberalismo razona como si estuviéramos en los albores del capitalismo, época en la que nacen estas herramientas teóricas del análisis económico: si aumenta la demanda sin el correlativo aumento de la oferta, suben los precios y viceversa. Los precios son - según la ortodoxia y su visión del mundo real de hoy - función del juego de la oferta y la demanda.
RESTRICCIONES DE LA OFERTA
En cuanto a la oferta, la primera falacia de su razonamiento radica en su generalización, porque no diferencia la envergadura del ofertante ni el sector o rama desde el que actúa.
Veamos: el exceso de oferta por sobre la demanda tiene efecto deprimente sobre los precios sólo y por razones obvias, en el caso de productos perecederos y en general también en el caso de oferentes o etapas corporizadas en las pymes. Téngase presente que éstas son empresas de una acotada dimensión como para soportar el peso de los gastos fijos ante la caída de ventas. Más aún, si se deprime la demanda y por tanto las ventas, las pymes podrán contener el avance y hasta reducir los precios, pero lo normal es que en el ciclo siguiente reduzcan la producción y por tanto la oferta.
Pero las empresas concentradas de la producción y de la comercialización, por tener clientela cautiva y dominio del mercado - lugar común en la estructura argentina - no tienen necesidad de sujetarse a esa misma regla en relación a los precios. Tampoco tienen necesidad de bajarlos, ni lo hacen, por el hecho de realizar inversiones y aumentar la oferta. Más aún, cartelizan el mercado y los precios con sus escasos competidores de peso equiparable, si los tienen.
En general y a este nivel, ni la mayor inversión ni el aumento de la oferta aseguran la contención de los precios. Suena por eso risible argumentos como que la falta de reglas claras y de incentivos y el clima hostil hacia los negocios, tan en boga cuando se trata de endosar su propia responsabilidad al gobierno, son causas de la insuficiente inversión generadora de riqueza como freno a la inflación.
EL EXCESO DE DEMANDA
El crecimiento del gasto público es para el neoliberalismo el responsable del crecimiento de la demanda y con ello, el otro motor de la inflación.
Caen en la volteada la obra pública, los salarios estatales, los aumentos a los jubilados, la asignación universal por hijo, los subsidios directos e indirectos al consumo popular y la intervención directa del estado cuando sustituye a la gestión privada como operador económico, gastos éstos que terminan siendo financiados, según acusan los ideólogos neoliberales, con déficit fiscal, con emisión monetaria, con uso “indebido” de reservas internacionales, etc. Por eso, simplificando, el manejo monetario “imprudente” es para ellos determinante de la inflación.
Va de suyo que el mayor gasto público dinamiza la demanda agregada y por tanto al mercado interno. Sin embargo surge el interrogante de por qué debe potenciarse la suba de precios por el sólo hecho de una mayor demanda sin la existencia de cuellos de botella en áreas vitales de la estructura de la oferta que fuercen una producción ineficiente y por tanto a costo más alto.
En otras palabras, si no existe crecimiento de costos, por qué la mayor presión de demanda, por qué la mayor disponibilidad de dinero en manos del público y de las empresas, se debe traducir en crecimiento de precios.
Y acá la respuesta que queda es una y única: el mayor poder de compra en el mercado, que en principio se expresa como mayor demanda, como avidez por adquirir los bienes y servicios, es la condición para hacer realidad la apropiación privada de la riqueza social por parte del vendedor, apropiación que se hace viable a través de la suba de precios.
Este instinto por la apropiación privada de la riqueza social, es propia del capitalismo y de todos los empresarios, cualquiera sea su nivel. En la competencia por subsistir, hay que crecer, hay que ser más, ganar más, tener más capital. La diferencia está en quien reúne las condiciones económicas para traducirlo en hechos. Y las mismas razones que expusimos al analizar la posibilidad de variar los precios con los cambios de oferta, esto es las restricciones que enfrentan las pymes para “comandar” la suba de precios, se reproducen aquí cuando examinamos la posibilidad de asumir esa iniciativa en correlación con el crecimiento de la demanda. En general las pymes reaccionan como reflejo y resultado de lo que a ellas les impone como proveedor o demandante el capital concentrado, verdadero formador de precios y apropiador principal de la riqueza social. Más sencillo, la inflación es uno de los mecanismos para la obtención de una ganancia extraordinaria y su resultado termina siendo la apropiación monopólica del producto social.
Que ni el crecimiento de la demanda ni la menor oferta son por sí mismas las responsables de las alzas lo prueba el ritmo de los precios del 2009. Fue un año con caída del crecimiento por efecto de la crisis mundial, con mayor desempleo y del empleo informal, con reducción de ventas, con aumento de la capacidad ociosa y significativas bajas en los precios internacionales de muchos insumos. Sin embargo los índices de inflación, tanto oficiales como los de consultoras privadas fueron los más elevados desde el 2003 en adelante.
Lo preocupante de este enfoque es la política económica “correctiva” que de ella se deriva: reducir en parte el gasto público y en parte recurrir al endeudamiento, deprimiendo el mercado interno , el nivel de ocupación y las condiciones de vida de la mayoría del estamento popular, incluidas amplias porciones de las capas medias. Es el conocido ajuste, el enfriamiento de la economía. Es el camino a la crisis que se termina expresando en destrucción de fuerzas productivas, en exclusión, más pobreza y desigualdad y en mayor concentración.
Así, con el enfoque neoliberal se Identifica el efecto – aumento de la demanda por efecto del crecimiento del gasto público - con la causa de la inflación, mientras que ignoran olímpicamente a la causa y al beneficiario real: la concentración y el manejo monopólico del mercado, que en períodos de expansión se apropia vía precios de la riqueza social y lo hace vía mayor concentración cuando por las políticas de ajuste que propicia se desemboca en la recesión.
OTRAS CAUSAS, OTROS MITOS Y LAS REALIDADES
Con el descrédito hacia los índices del INDEC, ha recobrado impulso la vieja teoría que pretende que las expectativas, exacerbadas ahora por la falta de datos ciertos y creíbles sobre la evolución de los precios, son responsables de la inflación.
Pero la remarcación de precios, amplificando los saltos para cubrir riesgos, el “como no saben, se cubren y suben, por las dudas”, no es más que una ratificación de la existencia de la puja por la distribución de la riqueza, convertida ahora en la teorización de un pretexto para endilgar a la gestión gubernamental la responsabilidad de las alzas.
Esto, más allá del significativo costo político por la falta de credibilidad de la información estadística oficial y sus efectos negativos sobre otros aspectos de la vida económica y política, tampoco tiene mayor relevancia ni fáctica ni explicativa de la magnitud de las variaciones y sus causas. De lo contrario deberíamos suponer que de regularizarse la situación del INDEC se desaceleraría el índice de precios al consumidor por la mejora de las expectativas.
Del mismo tenor es la pretensión de atribuir las alzas de precios a los ajustes salariales, capacidad que se le atribuye con mayor énfasis y no por casualidad, en períodos previos a las convocatorias a paritarias. Y el mito debiera desaparecer si se hiciera carne en la conciencia - como está demostrado - que la incidencia del costo laboral en el costo total representa por lo general menos del 10 %, ponderación que se minimiza más todavía en los estamentos más concentrados, sumado al hecho de que tales ajustes tienden en general a recuperar la inflación pasada. No obstante se ajustan preventivamente los precios antes de las paritarias y luego otra vez con los acuerdos ya firmados. Primero, porque el costo salarial va a aumentar y después porque ya aumentó.
Pero lo que sí no es mito es el uso de los precios con finalidades políticas, sea para condicionar la política del gobierno, sea para ponerlo de rodillas, para desgastarlo ante la opinión pública y si es necesario y las condiciones lo permiten, para voltearlo. Hoy diríamos, acortando el discurso, causa destituyente de la inflación. Ejemplo incontrastable de ello es, por ser el más notorio pero no un caso aislado ni exclusivo, la hiperinflación que obligó al acortamiento del gobierno de Alfonsín, sucedido por el menemato con la partitura neoliberal a pleno bajo la dirección intelectual del FMI y con Cavallo como primer violín.
PROPUESTAS
Por lo analizado hemos concluido en afirmar que la inflación es la apropiación monopólica del producto social, apropiación de la que resultan tributarios el grueso de las clases y capas sociales.
Es por lo mismo – se sea consciente o no - una contradicción o conflicto objetivo entre la fracción económicamente más concentrada y el resto de la sociedad y su resolución o al menos el camino para enfrentarla, más que técnico es político: obliga a emprender medidas regulatorias y de acción directa del estado de neto corte antimonopólico, pero cuyo alcance y profundidad y también su éxito está condicionado a la correlación de fuerzas.
Una primera y vital política regulatoria debe apuntar a asignar al costo de producción local el carácter de patrón de referencia para la fijación de precios dentro del mercado interno. No alcanza el método aislado de la “apretada” y de medidas de acción burocrática.
Dentro de este orden, las empresas tanto de producción como de comercialización que por su envergadura y actividad ocupan espacios estratégicos y dominantes en el mercado y quieran o puedan acceder por ejemplo a créditos a tasas subsidiadas o a medidas promocionales y de fomento, deben tener condicionado el mantenimiento de esos beneficios al cumplimiento de compromisos de abastecimiento al mercado interno, sujetos a parámetros de precio, cantidad y calidad. Y para quienes no recurran a la obtención de ventajas promocionales o también como medida adicional, poner en vigencia una sobretasa impositiva al impuesto a las ganancias o crear un nuevo impuesto, gravámenes de los que esas empresas quedarían liberadas en la medida que satisfagan plenamente aquellos compromisos.
Derivado de aquella primera política regulatoria debe también contemplarse el desacople de los precios internos respecto de los internacionales para los productos que Argentina exporta y que también consume, como es el caso de los agropecuarios y los energéticos.
Es en parte lo que está en vigencia por vía de retenciones a la exportación y los subsidios otorgados para evitar la remarcación de precios o tarifas. Pero aún así, tanto las retenciones como los subsidios toman hasta ahora como referencia los precios internacionales y no los costos locales de producción.
Para este objetivo una acción más definitoria es la reimplantación de las Juntas Nacionales de Carnes y de Granos con capacidad de concentrar la comercialización y distribución de la producción agropecuaria, fijando precios rentables para los productores atendiendo a su región y tamaño y preverse la participación de los auténticos productores en la dirección de esas Juntas.
Con el mismo espíritu debe repotenciarse una empresa estatal de hidrocarburos para así tener cabal dominio sobre el nivel de las reservas y con condiciones de reinvertir en beneficio de otros emprendimientos y por ende a favor de la sociedad la renta extraordinaria derivada de la explotación y comercialización de los recursos.
Finalmente y con el título de requisito esencial, el combate contra la inflación requiere un respaldo de masas organizadas y militante. No es posible enfrentar con éxito a los monopolios para acotarles parte de su renta extraordinaria con simples acuerdos de precio y acciones burocráticas. Es imprescindible la acción vigilante de las comisiones sindicales internas en las grandes empresas, que son los que mejores condiciones reúnen para supervisar anormalidades en la producción y el abastecimiento y que contratando profesionales pueden investigar los costos. Hay experiencia internacional que lo avala.
Debe reestructurarse también el régimen de comercialización interna que con la estructura y operatoria actuales terminan confiscando al productor y al consumidor. Es necesario repotenciar la organización cooperativa de producción y en particular la de comercialización de productos agrarios y la de sus insumos.
Operando de este modo contra la inflación, también daremos paso a una profundización de nuestra democracia, haciendo escuela para elevarla desde su actual carácter esencialmente delegativo vía representación, en democracia de gestión participativa.