
(Editorial del número de octubre del periódico “Patria y Pueblo”)
El debate que culminó con la aprobación parlamentaria de la Ley de Sistemas de Comunicación Audiovisual volvió a mostrar, en el Senado, la dramática esterilidad de la oposición. Esterilidad más grave aún si se piensa que si bien las últimas iniciativas oficiales han sumado importantes méritos al esquema kirchnerista, estos están lejos aún de los que en su momento desencadenaron el apoyo masivo al General Perón o a Hipólito Yrigoyen.
/Opositores al presente, heraldos del ayer/
Para una oposición seria, no sería difícil “correr por izquierda” a los Kirchner. Le bastaría con hacer notar que las limitaciones, improvisaciones e irresolución con que se asumió la reconstrucción del Estado Nacional ponen en riesgo los parciales avances que, en el camino de la reversión del legado contrarrevolucionario del período 1955-2001, se ha logrado durante la era kirchnerista. Y proponerse como candidata a garantizar y profundizar dichos avances.
Muy lejos de ello, lo que en la práctica repudia esa oposición (y a veces desembozadamente) son precisamente esos /avances parciales/. Lo dice cuando señala cuáles serían sus candidatos a dirigir la economía.
Pero también lo dice cuando reduce su práctica a anunciar el Apocalipsis para la próxima semana, cuando miente descaradamente y agita los peores (y más ridículos) temores de las clases medias para convencerlas de que vivimos bajo la permanente amenaza de la violencia oficialista (ahora “piquetera”), cuando chicanea y chilla por cuestiones formales pero oculta los términos sustanciales de los debates, cuando estigmatiza como paniaguad os “K a los intelectuales que se niegan a sumarse a su campaña macartista, etc. ¡Repugnante pobreza la de esa“argumentación”, que entre otras cosas busca impedir una aproximación genuina entre el gobierno y los sectores de clase media democrático-liberal con los cuales supo acordar un rumbo común en torno a la ley de radiodifusión!
Pero cada líder opositor se imagina a sí mismo como un vengador del delarruísmo, que restaure el orden neoliberal (de Narváez, Macri, la Carrió, Cobos, Menem) o que, en sus versiones menos brutales, vuelva a arrodillar al movimiento nacional ante la herencia del 76 y del menemato (Duhalde, Solá, etc.). La voracidad por el poder, que es la pasión común que los aproxima, es también la cuña inextinguible que los lleva a dispersarse sistemáticamente.
No les pidamos acuerdos programáticos. Representan intereses y proyectos demasiado contrapuestos. Pero, pro más que sigan insistiendo en decir que representan al “70 por ciento del electorado”, ni siquiera pueden llegar a un acuerdo electoral entre sus diversas líneas. Así, su única esperanza para hacerse con el poder se limita a soñar con la caída del kirchnerismo, en una reedición ampliada del 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero se trata de una reedición tal y como ellos ven al 19 y 20: un incendio irracional de la plebe que derroque a un gobierno que, santificado por la formalidad electoral, debía terminar su mandato para luego dar sitio a otra variante de la misma ignominia. En suma, de una
“reedición” /castrada del principal componente que valida históricamente ese alzamiento: el generalizado repudio a la herencia del menemato y a su continuidad bajo la Alianza/.
/El conflicto Kraft y los medios/
Esta esperanza no explicitada es la principal explicación de la “buena prensa” de que gozó el conflicto de los trabajadores y trabajadoras de la ex-Terrabusi, ahora en manos de la multinacional imperialista yanqui Kraft. El interesado apoyo mediático que repentinamente les cayó como un regalo del cielo nada tuvo que ver con la validez (indiscutible) de sus reclamos, y sí con la apuesta a irritar a las clases medias y desestabilizar al gobierno.
De pasada, el partido mediático embadurnó a la dirigencia de la CGT contraponiéndola a los “combativos y heroicos” delegados de Kraft. La operatoria no es nueva, y la hemos visto en otros conflictos (el bloque oligárquico sabe perfectamente que las luchas que se alejan del movimiento de conjunto de la clase trabajadora no representan peligro
real para sus intereses). Pero nunca fue tan evidente como en este caso.
El caso Kraft tiene otro componente, que merece destacarse. La casi totalidad de los grupos de izquierda tradicional c ayó en la provocación
patronal con precisión pavloviana. Son gorilas de Pavlov.Por un instante, pareció que el gobierno argentino estaba contra las cuerdas. Pero bastó para disolver esa ilusión con que (eso sí, con reflejos algo embotados, pero con firmeza en la búsqueda de una decisión justa) el Ministerio de Trabajo tomara cartas en el asunto. La provocación imperialista cedió, y si bien quedan aún algunos temas no totalmente resueltos, el fantasma de una desestabilización se volatilizó en la atmósfera primaveral. A partir de ese instante, los cañones se orientaron hacia la demonización de los movimientos sociales, que aún está en marcha mientras escribimos estas líneas. Aprendan los trabajadores, entonces, cuán efímeros son los amores con el enemigo de clase. Y el gobierno, a su vez, recuerde que no hay alerta suficiente contra el enemigo principal de los argentinos: el imperialismo y su aliada oligárquica interna.
/Un elemento nuevo en la política argentina/
Tanto el conflicto de Kraft como la negociación parlamentaria en torno a la ley de medios se enmarcan, además, en un panorama político donde, el 18 de setiembre, hizo su aparición un nuevo elemento, que bien puede marcar el rumbo de las próximas escaramuzas. Es la Declaración de Mar del Plata, con que la conducción de la CGT se hace cargo de lo mejor de la tradición de lucha del movimiento obrero argentino.
El encuentro marplatense es consecuencia del inmenso acto convocado por Hugo Moyano durante la campaña electoral de junio. Corona y eleva a un nuevo nivel de combate la impresionante movilización de 200 000 argentinos frente al palco de la CGT.
Los ejes programáticos de esa declaración son la “decisión de constituiruna corriente político sindical que contribuya a la reorganización del Movimiento Nacional y Popular como eje articulador de los intereses nacionales, la garantía de políticas de Estado y la determinación de una agenda construida por los argentinos y para los argentinos” asumida voluntariamente por las organizaciones participantes, la recuperación de “los programas de La Falda (1957) y de Huerta Grande (1962), el espíritu del 1° de Mayo de 1968, el Acta de Compromiso Nacional del 8 de junio de 1973, los 26 puntos de la CGTRA y de las luchas del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) contra el neoliberalismo”, y el programa de “pleno empleo, plena educación, plena salud y plena alimentación”.
Pero lo que determina la importancia política del pronunciamiento es la convicción expresa de que la ejecución de este programa “toca sensiblemente los intereses de los poderosos” y que solo puede pensarse a partir de la organización popular: “se trata de una transf ormación cualitativa que exige los dolores de parto de la liberación”, construyendo poder político “en el territorio, en el barrio, en la fábrica”, con la premisa de que “el pueblo debe volver a ser el protagonista” y “tomar posición clara en aspectos centrales de nuestra vida política”, exigiendo “una nueva Ley de entidades financieras, la reforma de la carta orgánica del Banco Central”, la gestión patriótica de “los derechos de exportación y las retenciones móviles”, la redefinición de la “unión aduanera en la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR)” y la constitución de “una alianza regional para posicionarnos en la Organización Mundial del Comercio”, el ataque a la fuga de capitales y la repatriación del “PBI paralelo de capitales argentinos en el exterior”.
Tenía que ser el movimiento obrero quien llamara “a una construcción política que sea agradecida con los propios, leal con los aliados, respetuosa de los adversarios e intransigente con el enemigo, evocando lo mejor del peronismo cuando decía que sobre la unidad de los trabajadores vamos a sentar los cimientos de la Nación”. En una declaración posterior, preñada de significado, Hugo Moyano hizo notar que “los trabajadores fuimos peronistas antes que Perón”.
En efecto, así fue. Los mismos trabajadores que *crearon al Perón histórico* son el punto de partida real, más allá de cualquier gestión formal de reforma política, de cualquier avance posterior que profundice, consolide y garantice lo ya logrado a partir de 2003.
*Patria y Pueblo se sumará a este esfuerzo con toda su independencia y fuerza militante*.
NG/