Votos, votantes y construcción política
Por Carlos Girotti.
Desde diciembre de 2001 a la fecha una misma obsesión ha sido el denominador común de todos los actores políticos: cómo construir poder. Desde aquel eco lejano que clamaba que todos se fueran, pasando por el estrépito de los piquetes y las cacerolas unidos en una sola lucha y, más tarde, la apuesta kirchnerista por la transversalidad, devenida luego en una concertación plural que, por último, recaló en el anclaje territorial y estatal del PJ inoxidable, pareciera haberse ensayado todo. Sin embargo, “la vida te da sorpresas”, como dice aquella canción caribeña.
Sorpresa es el nombre que corona la performance electoral de Pino Solanas en la Capital Federal. Sorpresa es también Cleto Cobos en Mendoza, como lo es De Narváez en la provincia de Buenos Aires. Ya menos sorprendentes son las fugas de votos de Macri/Michetti, por un lado, y de Prat Gay/Carrió por el otro, aunque ambas propuestas circunscriban en conjunto a la mitad de los sufragios porteños que nunca ocultaron su raíz de centro derecha.
La elección de ayer, con mucha más dramaticidad que las que la precedieron desde 2003, pone en el orden del día la imperiosa necesidad de diferenciar votos de votantes, porque si los primeros remiten a una cantidad, los segundos llevan a la calidad. En este sentido, asombra que Pino Solanas haya concitado la atención de votantes que, por origen social y tradición política, jamás se los hubiera identificado con una propuesta como la de Proyecto Sur. Resultaba lógico que el tercer lugar fuera disputado entre Solanas/Basteiro y Heller/Nenna puesto que, más allá de las diferencias ostensibles entre ambos encuadramientos, todo indicaba que se postulaban ante un universo electoral que poco y nada tenía que ver con identidades o perfiles conservadores. Pero el despegue de Solanas indica que los votos recibidos, esto es, la cantidad concreta, no remiten ni directa ni mecánicamente a la calidad de los guarismos. Es decir, el ascenso de Solanas no es el ascenso de un entramado orgánico de nuevos actores sociales que, al tiempo que se expresan en los comicios a instancias de una nueva identidad política, ostentan de antemano la capacidad de modificar la agenda pública. Por el contrario, la mitad de los votos recibidos por Solanas no tiene vinculación social ni política con la otra mitad, aquella que es genuina de origen y perfectamente identificable en el proceso de construcción que culminó en la presentación de Proyecto Sur. De hecho, en declaraciones previas al acto electoral, Solanas admitía sin eufemismos que ya había detectado la tendencia de votantes de centro que el día 28 se volcaría a su lista de candidatos y que esta tendencia le preocupaba a Elisa Carrió. ¿Qué vieron estos votantes en Pino Solanas? Con toda seguridad vislumbraron más a un censor del kirchnerismo que al líder de un proyecto propio.
Por otra parte, el binomio Heller/Nenna padeció un fenómeno inverso ya que es evidente que el aparato del PJ porteño optó por apostar un parte de sus fichas en otras mesas de juego (la imagen timbera no es un antojo) y, de este modo, punir el gesto de Kirchner de otorgarle su confianza a dos cabezas de lista que no provenían, ni de lejos, de la estructura tradicional del justicialismo porteño. Luego se le podrá criticar a la oferta oficialista que destinó más esfuerzos en defender lo realizado desde 2003 que en acentuar aquello que falta y proponer medidas para resolverlo. De hecho, el elector joven no se entusiasmó tanto con el pasado como con la promesa de un futuro de rupturas cuando, en verdad, el futuro no puede ser sino una disrupción respecto a lo conocido.
Ya habrá tiempo para un análisis más detallado y profundo, pero esta urgente visión sumaria de algunos aspectos de la elección se justifica en la medida en que si algo queda planteado como desafío para todos los actores es, precisamente, la cuestión de la construcción política. Es decir, la construcción política sigue siendo el denominador común porque, desde 2001 a la fecha, la disputa por una nueva hegemonía en la sociedad permanece abierta. Estas elecciones no han cerrado esa disputa, a pesar de que algunos candidatos electos y ciertas usinas mediáticas se afanen por decretar el fin de todo una etapa asimilando ésta, por cierto, al kirchnerismo como fenómeno político. Se trata de una astucia, un ardid que procura ocultar que todavía no hay quien pueda dirigir al conjunto de la sociedad y, mucho menos, haciéndole creer a ésta que puede y debe soportar ajustes, reprivatizaciones, relaciones carnales y ese largo y penoso etcétera que ha reverdecido ahora, precisamente ahora que las tácticas de construcción política escogidas por el kirchnerismo no se han fundado en el protagonismo popular y, por ende, le han costado votos y votantes.
Para poder pensar en 2011, considerando los resultados del domingo, lo que hasta ayer era correctamente planteado como un dilema hoy adquiere la dimensión de una opción de hierro: o se profundizan los cambios, teniendo como único norte y garantía de ello al protagonismo directo de las mayorías populares, o la restauración conservadora avanzará de un modo inexorable. La disputa sigue abierta, pero que nadie imagine que será por un tiempo eterno.-
(*) Sociólogo, Conicet 28 junio 2009. 21:00 NOTA PARA BAE