El mensajero
Por Lido Iacomini (Integrante de la Corriente Política Enrique Santos Discepolo)
En ésta, que es la larga lucha de siempre contra la desigualdad, el atraso y la dependencia, el pueblo, sus organizaciones y el gobierno han experimentado una derrota. Hay causas estructurales e históricas, sociales y políticas, aunque no facilmente visibles, que lo explican, y hay responsabilidades, individuales y colectivas, aunque no facilmente asumibles, que derivarán en un proceso lento de debate, crítica y autocrítica.
Pero la vida y la lucha política no sólo no se detienen, ni siquiera aminoran su marcha. La derecha viene por más intentando aprovechar este peligroso momento de debilidad relativa, de desorientación y división, de fuga de fuerzas, de traición. Escudados en lenguaje dialoguista se abalanzan como caranchos. Van por el P.J., por legisladores endebles, por gobernadores, a rapiñar cuanto espacio institucional les sirva para debilitar al gobierno. No tardaron en lanzarse sobre los Hugos, Yasky y Moyano (especialmente sobre este último) , imprescindible para congelar las convenciones colectivas de trabajo, detener los avances en el trabajo registrado, dar marcha atrás con las conquistas laborales acumuladas, todo en nombre de la crisis global.
Pero también es el momento de creación de nuevos puntos de reagrupamiento, de forja de dirigentes y organizaciones y sobre todo de decantación de la política y la táctica, de redefinición de alianzas, de desarrollo de las ideas y de depuración de las prácticas.
En la historia de la Argentina han sido las gestas populares y los estallidos de masas los que han impulsado los períodos ulteriores de transformaciones de la sociedad y sus logros y alcances han estado vinculados a sus dirigentes y líderes en su capacidad de conformar los bloques sociales y políticos necesarios para llevarlos a cabo y sus limitaciones estribaron en la incapacidad para mantener una unidad dinámica de las clases sociales del campo nacional y popular.
Desde bastante antes de la campaña electoral, particularmente desde el conflicto por la 125, asistimos a un debate que ponía sobre el tapete la actitud política a adoptar frente a la inestabilidad e inconsecuencia de las capas medias de la sociedad. ¿Era posible evitar su fuga hacia la oposición? ¿Dónde residían los errores del gobierno que permitían la ruptura del frente social nacional y en consecuencia del “frente político” objetivo que daba sustento al proyecto en curso? ¿Fué, es, un problema de comunicación, de elaboración del mensaje? ¿Es un problema que reside en el manejo del aparato mediático a consecuencia de los nuevos rasgos de la sociedad “virtual”? ¿Es en consecuencia la nueva Ley de Medios Audiovisuales la panacea? ¿Son las demandas anticorrupción insatisfechas, de las clases medias (quizás la más corrupta de las clases sociales, que no se detiene ante nada para ascender socialmente) las que las conducen a la oposición?
Creo conveniente el re paso de algunas cuestiones de la historia reciente de los argentinos: en 1996 ya se advertían los síntomas del deterioro y la crisis del modelo neoliberal en la Argentina, y fracasada la experiencia opositora pero en lo esencial continuista de la Alianza, el modelo se derrumba a fines del 2001, cuando al hambre y la desocupación de los sectores populares se le suma la desesperación de las clases medias, que ven desaparecer de sus horizontes las expectativas primermundistas anteriormente atesoradas. Y juntos marchamos a la lucha durante el 2002 y juntos recreamos las esperanzas con el gobierno kirchnerista. Las clases medias obtuvieron, si no lo mejor, lo suficiente desde lo económico para retornar a sus más altas pautas de consumo y como siempre, como es “lógico”, aspiraron a más, a todo lo más que les ofrece esta sociedad, a los modelos más sofisticados de la economía de mercado, del capitalismo realmente existente.
En paralelo los sectores más despos eídos de la sociedad recibieron beneficios de una mejor y mayor distribución de la renta y mantuvieron su confianza y adhesión al gobierno nacional, pero desde la desorganización heredada, la destrucción menemista del movimiento nacional y popular y la desmovilización política actual. Para peor, en los entresijos de el lungamente deteriorado cuerpo social se mantuvieron bolsones de desesperados de toda esperanza, a la corta o a la larga opositores de todo oficialismo y en búsqueda de la oportunidad de expresar su frustración.
El bloque de poder que parecía irse consolidando hasta el 2007 estaba constituido por una alta burguesía industrial concentrada (su clara expresión era Techint), un sector agroindustrial exportador también concentrado (estilo Urquía) y una amplia base popular aportada por el peronismo. Pero a condición de su dificultosa pasividad, de su desmovilización siempre relativa y de su contención reclamada al gobierno, en un tironeo perman ente entre privilegios y concesiones y una mayor distribución de la riqueza, vía trabajo y ocupación, formal o informal.
Cuando el gobierno, en su medida más audaz hasta ese momento, impulsó la 125 para avanzar en el cumplimiento de las promesas electorales de profundización de los cambios, se encontró con que la correlación de fuerzas mostrada por el éxito electoral del 2007 no alcanzaba para torcer el brazo de la vieja y nueva oligarquía agraria. Al error de no segmentar las retenciones y “unir” con ello al “campo”, se le sumó la debilidad real de un movimiento político desorganizado y apoyado principalmente en las viejas estructuras clientelares, pegadas con el “moco” de sus intereses particulares. Quebrantado el frente nacional, que ya había mostrado sus fisuras en las elecciones del 2007, la oposición advirtiéndolo, atizó el fuego y consiguió ganar en las calles, inundó el territorio y nos infligió una derrota. En el transcurso del conflicto logró ir ganando espacio y fuerzas, territorios y medios. Un análisis detallado del conflicto, especialmente del desplazamiento de clases y sectores sociales en su desarrollo mostrará muchas de las claves para la interpretación del traslado de la derrota en las calles a las urnas.
Es en ese desarrollo donde también se advierte el desplazamiento de sectores de la burguesía industrial, del apoyo al cuestionamiento, de la búsqueda de ventajas sectoriales adicionales al condicionamiento y finalmente a la oposición. En ese tránsito incrementaron sus beneficios vía inflación. No pudieron evitar su propia fragmentación, división entre las clases dominantes argentinas favorecida por la crisis global y la disputa entre modelos emergentes tras el triunfo de Obama y las dificultades de las grandes potencias para encontrar una salida viable de la debacle actual. Este complejo proceso en las centrales patronales, particularmente entre las industriales, produce el drástico cambio de mando en la UIA, con el triunfo momentáneo de quienes pretenden revivir el grupo de los 7, pero en un marco de inestabilidad y enfrentamientos.
Pero el triunfo de la nueva derecha sobre la presidenta en el conflicto por la 125 es una expresión de fuerza potente con que la oposición conquista a un sector importante de las clases medias. Las claves mediáticas del discurso que utilizan se apoyan en el triunfalismo: la verdad y el mejoramiento de la comunicación no absuelven a los perdedores. Las clases medias vieron con asco al viejo peronismo de los “cabecitas”, al populismo “demagógico” y demodeé como expresión superestructural de la inexistencia de un modelo consistente, de un proyecto nacional y latinoamericanista poderoso, capaz efectivamente de convencerlos, a pura fuerza y potencia, de que otra Argentina es posible.
Y ahora sí, aparecen los medios y la modernidad, la ilusión que vence a la razón, que vende la t elevisión/oposición, la aún vigorosa promesa capitalista que acierta en hacer creer lo que la clase media quiere creer.
No puedo, no debo, negar que el mensaje puede, debe, ser lo verdadero. Que la extensión y el poderío de los medios audiovisuales impacta en la conciencia colectiva y que somos también “modelados” por “esta” cultura.
Pero lo principal es que el mas fuerte mensaje es siempre el mensajero.
Por eso, en pequeño, la asamblea de Carta Abierta posterior a las elecciones del 28 de Junio casi no tuvo otro sentido, al menos no otro eje significante, que la presencia in situ del ex presidente Kirchner. Y entonces digo: lo principal para conquistar a las clases medias hoy, imposibles de seducir vía renovación de los discursos, es el fortalecimiento del movimiento popular, es decir por la movilización crecientemente organizada del pueblo, por su potencia real, por la organización del nuevo discurso social, por el desarrollo convergente en l o político de las organizaciones libres del pueblo.
Voto por la construcción de una Mesa Política de las Organizaciones libres del pueblo.