El paradigma de la Democracia
La parábola de la política
León Guinsburg / Periodista
Que se haya reinstalado el debate con el senador radical Morales y el ministro de Economía Amado Boudou como actores no implica un comienzo de deshielo entre oficialismo y oposición. Por el contrario, el facturero que Boudou arrojara al rostro del jujeño en relación a su actuación como funcionario de la patética gestión De la Rúa, abre perspectivas de mayor enardecimiento, pero al mismo tiempo, de encauzamiento hacia el cotejo de visiones diferentes más que la contra pampa actual, fundada en la suma de bancas ocupadas por personas de origen y pensamiento diferentes y aún antagónicos.
Si al menos ese frente se esclareciera, las diferencias de criterio purificarían el ámbito natural de la polémica política –el Congreso-, despejando los viciados aires de la intolerancia, abundantes el golpes de mano y judicializaciones. Ganarían con ello el gobierno, las oposiciones, las instituciones y el pueblo, aún cuando las embestidas fueran extremadamente arduas.
Los políticos podrían, aunque representen intereses diferentes, hallar el lenguaje propicio de su andarivel de desempeño. Caso contrario, por ejemplo, de las corporaciones económicas y financieras, quienes harto ya demostraron a través de la historia que el ejercicio democrático no vale un pito con tal de lograr ingentes beneficios, aunque sea de modo non sancto.
El conocido y comentado diálogo televisivo entre el ya no tan influyente formador de opinión Mariano Grondona y Hugo Biolcati, titular de la Sociedad Rural –descarnadamente destituyente-, muestra sin disimulo el sentir –que otros se esmeran en mantener oculto-, de sectores que en tiempos no lejanos avalaban, fomentaban y financiaban los golpes militares.
La operatividad de estos grupos también encuentra anclaje en el sistema democrático. No pocos resultados obtuvieron, sobre todo en los períodos en los que Domingo Cavallo ocupara la cartera económica, con privatizaciones, desregulaciones, blindajes, corralitos y corralones. Durante 29 años de democracia dos decenas de proyectos de ley de radiodifusión capotaron en el Congreso y en la actualidad nadie duda de que la influencia del oligopolio mediático avanzó tanto en el Parlamento como en los estrados judiciales.
Respecto a éstos últimos, resultaría ilustrativo revisar estadísticas para saber a ciencia cierta si los fallos favorecen al oficialismo a comienzo de su gestión o cuando se encuentra esta afianzado y el criterio se modifica sustancialmente si el gobierno afronta dificultades o desgaste y se vislumbra que la próxima administración podría ser de distinto signo.
Un frente que comienza a despejarse es el de Gobierno-Iglesia, cuyo origen más deviene de la susceptibilidad que de las diferencias. Ambas fracciones parecen, después del encuentro de los obispos con la Presidente, haber menguado sus mutuos recelos. Es que la preocupación por la pobreza aparece como un tema común, no menor en el país de los argentinos.
Por otra parte, el protagonismo popular aparece redimensionado. Las últimas manifestaciones –la autoconvocatoria propulsada por el programa del canal público “678” y el acto del Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia del 24 de marzo último-, revelan, con matices, apoyo creciente a las gestiones de ambos Kirchner, castigada la de Cristina en la anterior elección legislativo.
Si bien existen organizaciones representativas de los sectores marginados - incididas por sus dirigentes y militantes más intelectualizados-, éstas exhiben caracteres “reclamativos”, lejanos a una adhesión contundente a partidos políticos de potencial numérico con representación parlamentaria. En ese esquema se manejan con comodidad agrupaciones de la izquierda dogmática, carentes de arraigo masivo y vocación de poder, que no atinan a la unión orgánica para que un espectro todavía no incidente, amalgamado, cubriría un ala del abanico político.
La calle, reino folclórico de las organizaciones sociales en protesta, se ensancha para la cabida de sectores del pueblo que expresan su adhesión a acciones oficiales, llámense previsionales, laborales, políticas o de derechos humanas. Ya fueron, digamos, las de grupos más acomodados convocados por Blumberg o por los adalides sojero-vacunos, por la seguridad y en contra de las retenciones, respectivamente.
El gobierno de Cristina Fernández, amén de mantenerse fiel a sus políticas y estilo preservando a sus hombres mas polémicos, como Moreno, clarificó sus embates enfocando al oligopolio Clarín como el enemigo concreto, condicionando su sensible tripa económica con el “futbol para todos” y jaqueando al engendro del Proceso “Papel Prensa”, en tanto la trascendencia del caso “hijos de la señora de Noble” ya no resiste las chicanas jurídicas, ni tampoco la repugnancia del común.
El vuelco paulatino del consumidor de noticias crece en el descreimiento, seguramente por culpa de la histérica ingenuidad periodística del grupo, cuyos voceros no escatiman títulos y textos de tal sinuosidad, que acaban por ofender la inteligencia de lectores, radioescuchas y televidentes.
Si bien el matrimonio Kirchner recibe denuncias de todo tamaño, por derecha y por izquierda –ninguna ha fructificado aún-, su tenacidad e instinto combativo obran de antídoto contra todo afloje o claudicación; siempre existe un recurso que reitera la idea original y provoca ira en la oposición. “Son animales políticos”, sentenció uno de sus mas enconados denostadores. Los animales políticos, se sabe, siempre doblan la apuesta.
La zanahoria federalista que tiró la oposición en relación al impuesto al cheque, dio piea un veloz contacto con los gobernadores surgiendo diferentes posibilidades: derogación del impuesto por distorsivo, sobre todo en la clase media y en el consumo, y su reemplazo por otros recursos, restructuración de la coparticipación y del presupuesto nacional, etc., etc.
Los mandatarios provinciales pasan a ser figuras principales para la prosecución de la impronta keynesiana impresa por la gestión, y las conversaciones apuntan, sin duda, a neutralizar la iniciativa de coparticipar el gravamen, surgida con el propósito de lastimar al oficialismo que por vocación federalista.
Con todo, las resultantes de estos belicosos tiempos, en relación con la justa electoral del 2011, están lejos de una definición rotunda. Aún no aparecen opciones atractivas en la contra ni emergentes en el oficialismo.
Da la impresión que por temor a nuevas frustraciones el voto de la gente no será castigo castigo esta vez, y estará signado, teniendo en cuenta que existe una sociedad profundamente dividida, por improntas ideológicas surgidas del modelo y el anti-modelo, el primero puesto en práctica y el otro sin propuestas todavía, si las hay.
Si bien el humor del electorado es cambiante, su parámetro está en la economía, Si funciona, las mayorías no se arrojarían más al vacío por simpatía ni antipatía, ni por inocente credulidad. Si deja de funcionar, aún no se atisba la aparición de quien garantice la corrección. El riesgo está en el sabotaje para que no funcione, y no será precisamente por parte de la clase política, que `puede oponerse por oponerse y acaso ser funcional, pero que no cuenta con las herramientas económico financieras que sí poseen otros sectores que ya en numerosas oportunidades mostraron su catadura.
Al radicalismo, atosigado por fracasos anteriores, no se le conoce rumbo, luego de la desaparición de Raúl Alfonsín, su último caudillo devenido en prócer, y la exclusión de los primeros planos de la dirigencia que lo acompañó, exhibiendo la actual evidente declinación intelectual.
Carrió pasó de figura política a personaje, y eso para la Coalición Cívica no tiene retorno.
El llamado peronismo disidente es un manojo de cabos sueldos con aspiraciones presidenciales en el marco de una interna partidaria, incluidos ejemplos de aventurerismo empresario incrustados en la política.
La derecha conservadora, por su parte, solo tiene a un Macri cuya gestión empresarial en la ciudad capital cae en picada hacia el descrédito. Y finalmente, el progresismo no aliado a Kirchner brega en búsqueda de crecimiento, aunque puede tener aptitud para integrarse a un frente mayoritario que pueda emblocarse frente a una hipotética coalición de derecha.
No faltan tampoco, en el tronco oficial, gobernadores con aspiraciones máximas, pero su plafón nacional es limitado, además de saber ellos que el poder no llega por gracia o por turnos y que en la cúspide del mismo cabe uno sólo, que debe irremisiblemente caer para ser reemplazado.
Todavía falta que pase agua bajo el puente, pero la impresión es que el pueblo podría adelantae ideológicamente sus preferencias, como instancia previa al depósito de las urnas en las aulas. No vía encuestas, sino manifestando,como para darle un mentís a Francis Fukuyama, aquel pensador contratado por los globalizadores en los 80 para que en los 90 convenza a los incautos sobre la muerte de las ideologías.