Bs. As. 04/03/10


Declaración de Tesis 11


La ofensiva conservadora y nuestra responsabilidad


La globalización neoliberal es el régimen que en esta etapa tipifica al sistema capitalista como modo de producción mundial. El capitalismo es hoy en el mundo, “neoliberalismo”.

El neoliberalismo profundiza a extremos la pobreza, la exclusión social y por el otro lado, la cada vez más aguda concentración de la riqueza en pocas manos. Prueba de ello es la crisis que aunque viene de años, explotó en magnitud e intensidad desmesurada hacia fines de 2008.

Crisis que se propagandiza como sólo de tipo financiero pero que es, fuera de toda duda, crisis del sistema capitalista y, más particularmente, del neoliberalismo. Como auguran expertos, esta crisis se va a extender todavía por varios años más y es lo que testimonia su erupción en diversos países de Europa (Grecia, España, Portugal, Irlanda, etc.) y las serias dificultades de emerger de ella de quienes la soportaron desde un principio (EE.UU. y el resto de los países más desarrollados de Europa).

La resistencia, incipiente aún, de vastos sectores populares en Grecia y España, expresan el rechazo a los intentos de resolver la misma con “recetas de ajustes”.


En la senda del cambio


América Latina es parte de ese capitalismo y de sus padecimientos, con el agravante de ser dependiente y subdesarrollada. Sin embargo, desde comienzos de este siglo está viviendo un momento excepcional con gobiernos en varios países que han reafirmado principios de soberanía y de vigencia de derechos humanos, deseos de integración y de defensa común con países hermanos, con proyectos y políticas de mejora de las condiciones de vida de sus respectivos pueblos y reducción de las desigualdades. En los casos en que esta orientación se da, el signo es de superación del neoliberalismo. Como dijo Rafael Correa, presidente del Ecuador, más que una época de cambios, se trata de un cambio de época.

Argentina es parte de América Latina y después de haber sido exhibida en el cuadro de honor de la escuela neoliberal y padecido gracias a ello una crisis (2001-2002) que la amenazó con la disolución nacional, recorre también, dentro de su especificidad, una senda no exenta de insuficiencias, limitaciones y contradicciones: memoria, verdad y justicia como soporte de la vigencia de los derechos humanos, rechazo explícito a la represión contra las luchas sociales, reconstitución de una Corte Suprema con una composición irreprochable, artífice del “No al ALCA”, de la integración productiva dentro del MERCOSUR y la UNASUR, partícipe de la recién creada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (sin EE.UU. y Canadá), democratización y desmonopolización del régimen de medios audiovisuales, derogación del sistema de jubilaciones bajo control de entidades financieras (AFJP), restructuración exitosa de una deuda externa ilegítima e impagable, rechazo a los condicionamientos del FMI, reestatización de algunas empresas, redefinición del rol del Banco Central e impulso al mercado interno como motor del sistema económico (restablecimiento de las paritarias, mejora de las prestaciones jubilatorias y extensión de ese derecho a millones de personas, subsidios al consumo popular y a cooperativas de trabajo, asignación universal por hijo, etc.).


Contradicciones y conflictos


Pero este rumbo es trabado, dificultoso y contradictorio. Naturalmente conflictivo porque afecta intereses de los grandes grupos económicos. Y con contradicciones que no se resuelven a favor de los sectores populares por falta de un movimiento de masas organizado – responsabilidad que nos pertenece – que lo respalde e impulse, sumado a las limitaciones, insuficiencias y contradicciones del propio gobierno en la promoción y construcción de un amplio movimiento popular que le de sustento.

El camino de cambios iniciado levanta resistencias de algunos de los grupos económicos más concentrados y de otros no tan grandes, que económicamente han progresado en estos años, que ven afectados sus intereses y que intuyen “amenazas hacia su futuro”. Los secundan en esta pugna, de un modo perverso y salvaje, los medios de comunicación adictos y las cúpulas conservadoras de los partidos políticos que no se privan de mezquindad alguna con tal de desacreditar la gestión gubernamental, desgastarla ante la opinión pública y de exhibir ante los factores reales de poder su mejor aptitud para gestionar la restauración conservadora. Sumisión y confiabilidad es también parte de su merchandising.

A nivel de masas el contingente opositor se nutre fundamentalmente de capas medias adoctrinadas y subvertidas por los medios de comunicación que hacen pie en sus prejuicios (gorilismo) y el antagonismo ideológico, del que tampoco está ausente parte de la jerarquía de la iglesia católica nativa. La “corporación mediática” es la principal herramienta de los grandes intereses económicos para manipular la conciencia de la ciudadanía, lo que constituye una forma encubierta de violencia contra la democracia.

Despejando la cáscara politiquera de sus discursos y el de sus predicciones engañosas e interesadas, se advierte que las culebras y centellas que lanzan están dirigidas contra la mayor acción regulatoria del estado, particularmente cuando afectan la capacidad de acción del capital financiero o cuando mediante el gasto público se promueve un mayor dinamismo del mercado interno. Rechazan la política de solidaridad e integración en el ámbito regional, en particular con los países cuyos gobiernos han emprendido un rumbo más definidamente antimonopólico y no capitalista y también contra toda acción que rescate manifestaciones de autonomía propias de un estado soberano.

Preocupados, según dicen, por problemas de competitividad y de financiamiento fiscal, esta derecha no encuentran otra solución que el endeudamiento y el ajuste: congelamiento de sueldos y jubilaciones, reducción de los subsidios al consumo popular y de los planes de inversión en infraestructura, en fin, enfriar la economía. Tampoco descartan la devaluación brusca de nuestra moneda.

La oposición de derecha no explicita abiertamente lo que propone. Los Cobos, Carrió, Gerardo Morales, Duhalde, Macri y los que los secundan aprendieron de Menem cuando reconoció que si exponía claramente su programa de gobierno, nadie lo iría a votar. Pero surge clarito de los argumentos críticos que utilizan.


Lo esencial del conflicto


En síntesis, tratan – adaptado a las actuales condiciones – de hacer girar la rueda hacia atrás, a los 90, volviendo incluso a la política de desguazamiento del estado y todo con un resultado previsible y conocido: degradación de las condiciones de vida de amplias masas, mayor liberalidad para el desplazamiento del gran capital financiero y especulativo, mayor desigualdad social y regional, más concentración, más exclusión, aplastamiento político y cultural.

Para algunos integrantes de esta epopeya por la restauración conservadora hasta está vivo el anhelo revanchista, alimentado tras la política de reivindicación de los derechos humanos.

Así llegamos al núcleo de lo que en esta etapa está en pugna en el desarrollo del proceso político de Argentina: un modo de producir y de distribuir, un modo de gobernar y ser gobernados, que está en crisis y se resiste a morir y otro modo que con contradicciones, a veces a tientas, con luces y sombras, busca su camino y necesita afirmarse para terminar de parir. Es lo que también ocurrió y ocurre en casi todos los países de Latinoamérica con conflictos, algunos violentos, durante esta década.

El camino es pues largo y su resultado no está escrito ni firmado. Junto a lo arduo que es preservar lo ya conquistado, otras tareas más densas aún esperan para consolidar esos avances, como por ejemplo atribuir legalmente otro rol al Banco Central, reformar el régimen de entidades financieras, un nuevo régimen impositivo que termine con inadmisibles exenciones y grave con mayor progresividad la capacidad contributiva, impulsar más decisivamente la distribución del ingreso, restructuración de ciertas ramas monopolizadas de la comercialización interna y externa, etc.

Pero concretar estos y otros cambios no significa ubicarse en una disyuntiva entre kirschnerismo o antikirschnerismo, ni de ostentar oposición kirschnerista para – pareciera – juntar simpatías que muchas veces terminan siendo golondrinas de un verano.


Nuestra responsabilidad


Se trata pues de incidir con fuerza en esta puja y cambiar las relaciones de fuerza, aislando y destruyendo políticamente al enemigo principal para asegurar los cambios. La reciente experiencia de Chile muestra el peligro de perder de vista al enemigo principal, no desplegar más aún en amplitud y profundidad la acción y organización de los sectores populares. Pero esto ineludiblemente es tarea y responsabilidad principal del movimiento nacional, popular, democrático y avanzado. Es falta de realismo exigirle y esperar sólo del gobierno, con las limitaciones del que nos rige, que asuma lo que el movimiento popular está en falta desde hace muchos años.

Por eso es un error del análisis y de la acción políticas pararse frente al gobierno y sus medidas como si fuera un igual a la oposición de derecha sólo porque no ha barrido desde las cúspide las bases esenciales de la estructura socioeconómica tradicional, ignorando las diferencias y los cambios que sí se han introducido y que si no se consolidan, harán volver a la sociedad hacia atrás, obligándola otra vez a empezar la lucha desde cero. Pareciera que no hubiera nada que defender ni preservar. O el mismo error de quienes para justificar una postura política como esa, esgrimen como argumento que “la derecha está dentro como fuera del gobierno”, sin dar cuenta de los cambios habidos, sin percibir matices e ignorando quienes son los que políticamente terminan capitalizando un discurso y una acción política como esta.

Por eso era muy importante que ningún sector progresista rechazara el régimen de retenciones móviles a ciertas exportaciones agrarias, cualesquiera fueran sus deficiencias y limitaciones, evitando así el riesgo de ayudar objetivamente al sector más nefasto de la patronal rural, el más concentrado económicamente, responsable interno principal de nuestro subdesarrollo económico dependiente, que respaldó a todas las dictaduras y es responsable directo de la masacre y la miseria de millones de hermanos y de los pueblos originarios.

Debemos actuar con especial cuidado evitando posiciones que no contribuyan a la unidad estratégica de los sectores populares, imprescindible para generar el marco que permita consensuar acuerdos tácticos en pos de cambiar las relaciones de fuerza. De lo contrario, el resultado puede ser generar la confusión y dispersión de quienes son objetivamente parte del campo popular y que fuera de toda duda deben ser naturales aliados.

Sólo la hipocresía y el cinismo de la oposición de derecha pueden pretender encubrir los propósitos destituyentes de muchas de sus acciones. Sería un grave error de los referentes del movimiento popular subestimar este riesgo.


Conclusiones


Como lo afirmamos en otro documento, si las fuerzas nacionales, populares y democráticas no tomamos conciencia de cuál es el signo de la época, de qué es lo que en esencia está en disputa; de que la restauración conservadora es posible y de consecuencias imprevisibles; si en función de todo ello no discriminamos quien es el enemigo principal y actuamos en consecuencia, buscando la unidad aún en la diversidad, que a estos efectos es secundaria, puede ocurrir que aunque algunos de nuestros planteos y análisis sean ciertos, terminen siendo elucubraciones académicas para el marco de un triste final.

Y ese final es evitable. Se debe y se puede avanzar en la fundamental e impostergable tarea de construir sin seguidismos, con autonomía, la más amplia conjunción de fuerzas democráticas y populares contra el enemigo principal para un objetivo prioritario: la unidad de acción para impedir la restauración conservadora, base que creará condiciones más amplias y favorables para hacer posible las transformaciones progresistas.