Polémica tras las elecciones

28 de junio: domingo negro

¿Por qué ganó la colonia?

Ernesto Jauretche

Como diría Don Arturo: “Nunca desensillé; tomé resuello”.
Ahora me cansé de transigir: me da la úlcera si no salgo a contar todo lo que pienso (de mi generación, creo, entre lo más valioso fue la conducta de decir lo que se piensa -sin “discurso de conveniencia” y al precio que fuere- y hacer lo que se dice).
Y entonces digo:


Miserables Kirchner, por su culpa perdió el país, perdió el pueblo. Nos llevaron a la derrota porque no nos dieron otra opción (o no fuimos capaces de controvertirlo) que acatar. Así, eligieron a los vocacionales de chupar medias como amigos y asesores; y lo peor: fueron no sólo amigos sino sus socios los serviles. Usaron impiadosamente los recursos del Estado para solemnizar cofradías de negocios donde se debatió el poder, que no atendió al interés general. Cooptaron pecaminosamente voluntades vírgenes de militantes sociales; compraron “llave en mano” sospechosas lealtades; minaron los caminos de la crítica con la suspicacia sobre la traición; instalaron un nuevo “pensamiento único”: en nuestro lugar “sólo piensa el jefe”. A los que nos atrevimos a opinar nos relegaron al lugar del “enemigo” (y nos aislaron y castigaron como a tales). Pero nos callamos, porque como decía Scalabrini (salvando las distancias, claro): “no se trata de elegir entre Perón y el Arcángel San Gabriel...”.
Pequeños, oportunistas, usurpadores y defraudadores de una épica, inquilinos de una historia ajena (aquella que K llamó con acierto hipócrita “una generación diezmada”); codiciosos, usureros, egoístas de poder; comunistas, setentistas, evitistas, guevaristas, juvenilistas de la peor ralea gorila; irredentos antiperonistas que no se atreven a nombrar al único líder verdadero de la emancipación nacional (“¡qué grande sos!”); incapaces de imaginar al caudillo y su milicia revolucionaria que “inventa o erra”; “progres” ineptos para entender que de la política la conjugación ética es la igualdad (en todas sus expresiones); “modernos” que anteponen la “gestión” y la “eficiencia” neoliberales a la inmensidad del concepto de la comunidad organizada; secuestradores de la política, que la niegan en tanto servicio en el que todos ganamos.
Esta derrota es de los que ejercieron el poder así, es de ellos.
Nosotros no la merecemos; aunque, no me lo hagan saber: ahora vendrán por nosotros.
El enemigo buscará el aniquilamiento de los que construimos este presente esperanzador, a la vez ambiguo y paradójico. Descargará su garrote sobre los organizadores de la resistencia obrera a las políticas de Martínez de Hoz, sobre las madres de nuestros mártires, sobre los generadores de las políticas territoriales de supervivencia de la década del 90, sobre los protagonistas de la rebelión del 2001 y sobre todos y cada uno de los trabajadores y militantes de cualquiera de los intentos de canalizar a una base social, nacional, popular y revolucionaria las iniciativas de los gobiernos kirchneristas. Porque el enemigo no viene por la insignificante corruptela estatal, sino por la administración fraudulenta de los fondos las AFJP, por la ren ta de la soja y por el agua y nuestros recursos estratégicos; viene a aniquilar la receta política sudamericana democrática de UNASUR y a vaciar el Banco del Sur; viene, sí que me lo crean, por la revancha del desplante frente al ALCA y al FMI.
Pero los peronistas somos tercos, pacientes, disciplinados (casi fatalistas): sabemos que siempre llega la hora del escarmiento y también conocemos las mieles -y el escozor- de la victoria. Por eso sabemos esperar. Y, naturalmente, ahora nos disponemos a resistir, otra vez a pelear, a defender lo conquistado en los últimos siete años. Y, tal vez, empecinadamente, a reintentar lo máximo: sin una comunidad organizada no hay nación (somos “incorregibles”, dijo ese medio ciego que merecidamente ahora descansa tan lejos como en Bélgica).
Lo sabemos: no hay nación sin justicia social. ¿Queremos ser la Generación del Bicentenario? Hemos hecho más que suficientes méritos para ser dignos de una victoria, después de décadas de represiones, de sacrificios, de postergaciones, de marginalidad, de olvido. Ustedes saben que quien firma esto no es ningún “brujo” ortodoxo ni un “mogólico”, ni un “nacionalsocialista” ni un “socialista nacional” anacrónico, sino un patriota peronista artiguista, sanmartiniano y bolivariano. Soy parte de una inmensa legión anónima de los que hemos tejido laboriosamente nuestra historia política y nuestro carácter en la adversidad, la proscripción y la represión, y por eso entendemos la política como una ética de la igualdad y de l a solidaridad.
Sin embargo durante los gobiernos kirchneristas, injustificadamente (quizás insólitamente porque éramos sus mejores aliados y defensores) sufrimos el ostracismo. Nos callamos, fuimos soldados, tragamos sapos y escuerzos; pero también gozamos ruidosamente, festejamos y alentamos nada silenciosamente las esperanzas de seguir avanzando en la conquista de nuevas formas de distribución de la riqueza, de desarrollo económico autocentrado, de exponer la ufanía de una Nación orgullosa en el contexto sudamericano y mundial.
Pero, si queríamos sumarnos al elenco gubernamental, teníamos que optar entre ser socios, competidores por los réditos, cómplices de los desfalcos morales y políticos, malhechores ante la sociedad; por tanto desahuciados de la ética nacional, popular (donde, como es sabido todos los ladrones son peronistas pero no todos lo peronistas son ladrones) y revolucionaria que esperábamos de los Kirchner. Si no, quedaba aceptar ser calificados de enemigos personales, antagonistas políticos, conspiradores institucionales y hasta golpistas, enfrentados a una nueva ética donde cada necesidad genera un negocio. ¡Qué vergüenza!
Éramos amigos, camaradas, compañeros; buena gente, generosos, trabajadores; viejos y anónimos o conocidos cuadros políticos, con pasión por la política, larga pericia en el trato de las voluntades humanas, erudición en victorias y derrotas, flexibilidad para el cambio y ambición indoblegable para la revolución. Éramos lo que el poeta nicaragüense Cardenal supo definir: “somos un destacamento derrotado de un ejército invencible”. Ese es el peronismo, ¡qué duda cabe! Esa es la fuerza que está detrás del kirchnerismo. Pero éste debe ser consecuente, leal, solidario con el movimiento social que lo respalda. Las revoluciones en América no se explican por cuestiones jurídico, legales, electorales, liberales. Los grandes cambios son el resultado del encuentro entre un movimiento social en alza con un caudillo, con un jefe, con un conductor. Sin Liniers y una peonada bonaerense levantada contra el invasor británico exótico y hereje no hubiera habido Reconquista. San Martín ¿conformó un ejército militante o el pueblo movilizado de Cuyo lo erigió su conductor? Belgrano se confundió con el pueblo en armas de Salta y Jujuy para derrotar a los realistas. ¿Cómo se entiende que Artigas fuera el Protector de los Pueblos Libres?
Esperamos seguir avanzando en esa línea y defendimos y apoyamos al gobierno y a la conducción del PJ, más allá de claudicaciones inexplicables. Descansamos, cuando queríamos fortalecer nuestra esperanza, en el cultivo de un pasado glorioso de sacrificios y de lucha al que reverenciamos (el de la clase trabajadora revolucionaria de Perón y de Evita y el de la juventud peronista). ¿Cuándo sería la hora del encuentro entre el líder campeón e impoluto de la fe revolucionaria y el pueblo movilizado en alma? Esas fueron, son y serán siempre las cartas de nuestra victoria.
Pero perdimos con los Kirchner; y así perdió el país, la gente, los de a pie, los humildes. Todos perdimos.
No se atrevan a echar la culpa de la derrota a los electores, a la ciudadanía, a nuestro pueblo.
Se que abundan las interpretaciones sobre la “inmadurez”, falta de “conciencia política” o “de clase” de nuestro pueblo. Es una especie de racismo solapado en la ideología. Lo único real y sobre lo que podemos intentar una corrección, es que hay un solo culpable y se llama, por ahora independientemente del género: Kirchner.
El partido (¿PJ o FPV?) inexistente: puros “obsecuentes y adulones”, los sodomizaría Evita, con gusto y razón. El gabinete de Cristina no decide nada ni tiene historia, futuro, aliados y ni enemigos ¿de qué militancia y experiencia de lucha peronistas provienen Scioli o Slim, Maza u Ocaña?: sólo son funcionarios, cuya misión es “gestionar”. No hay política cuando en el gobierno sólo se pretende administrar; gobernar es obedecer, responder, ser capaz de someterse a un mandato popular; gobernar es arriesgar al presente y apostar al futuro.
Hola, Cristina: Hacer política no es tarea de cagatintas.
Cuando estábamos renunciando a construir una política de estado con estadistas, y de acuerdo al precio de las comoditties y el petróleo teníamos el mundo por delante, encima, apareció Latinoamérica. ¡Qué pedazos de aliados: Lula, Chávez, Evo... Y ni así....!
Los Kirchner pasarán a la historia de la ignominia, porque el establishment los obligó a quedase a mitad de camino, pero también porque se dejaron entrampar en sus ambiciones cuando todos los argentinos apostábamos a la revolución nacional y social para escribir sus nombres con letras de oro en las tres banderas históricas de la liberación nacional.
¡Pobres, la que se están perdiendo!
La historia no los absolverá (si no hacen lo que está nítidamente escrito en nuestra doctrina).
Otro sí digo:
Ojala Cristina sea capaz de dar vuelta tantos disparates y errores.
Nos comprometemos una vez mas (¿seremos como el alacrán en cuya naturaleza está someterse a las traiciones?).
¡Hemos ganado tantas veces!
Vamos a acompañar a Cristina y a estar a su lado si demuestra verdadera vocación peronista.
Entonces, no nos habrán vencido.
Volveremos a ganar.
¡Hasta la victoria, compañeros!
La Plata, 29 de junio de 2009