La leche y la soja no van de la mano
Por Fabián Amico
Los tamberos, acompañados por la Mesa de Enlace, regalaron leche en todo el país como forma de protesta por la crisis del sector. Exigen medidas urgentes del gobierno para recuperar la rentabilidad. Mientras el costo de producción de un litro de leche es de alrededor de 1,10 pesos, los productores reciben un precio de 83 centavos por litro. Dicen que es porque el gobierno mantiene “planchado” el precio de la venta en el mercado interno. “Alguien se está quedando con la plata de los consumidores porque ésta no llega a los productores”, gritó recientemente el titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, durante un acto en San Justo.
Durante la protesta, Buzzi afirmó que “hay que cambiar el rumbo, para llegar al bicentenario con un país más racional, más equitativo y con mejor distribución de la riqueza. Nuestra prioridad debe ser que en 2010 no haya ni un sólo rastro de pobreza en la Argentina”. Es bueno que Buzzi hable de la pobreza. Pese a ello, debe haber sido una escena bizarra en La Matanza la del titular de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, repartiendo leche junto al titular de la Corriente Clasista y Combativa, Juan Carlos Alderete. La consigna de Buzzi fue: “más leche, más soja, más carne”. Es una consigna errónea, y por la evidencia disponible, malintencionada.
Haciendo memoria, la devaluación de 2002 produjo en el mercado de los lácteos una rápida escalada de precios. Durante aquel año el precio promedio que recibía el tambero se incrementó un 68 por ciento. Esta suba fue treinta puntos porcentuales mayor que la registrada por los niveles mayoristas y minoristas y significó llegar al nivel más elevado, en términos reales, respecto de los diez años previos. Por otro lado, el aumento en el precio internacional de la soja, incrementó fuertemente el costo de oportunidad de la producción tambera. En otros términos, pese a que la actividad láctea resultaba rentable, no podía competir con la inédita rentabilidad de la soja. Algo que Buzzi debería saber: más producción de soja puede llevar a menos producción de leche.
La fuerte recesión de 2002 evitó que la industria pudiera transferir al consumidor el incremento del precio de la leche cruda. Así, la etapa industrial de la cadena perdió, a favor de la producción primaria (los tamberos), una buena parte del margen de ganancias que había logrado en los años 90. Entre 2002 y 2004 el precio de la leche cruda continuó subiendo (75 por ciento) a un ritmo mayor que los precios mayoristas y al consumidor. Más tarde, hubo una recomposición de márgenes para la industria y en contra de los tamberos.
La concentración económica en el sector, ya relevante a mediados de los años 90, se acentuó en los años recientes. A su vez, se registraron fuertes incrementos en la productividad del tambo y de la industria láctea. Las mejoras en la productividad de la producción primaria de leche (tambos) se reflejaron en importantes disminuciones en los precios pagados a los productores primarios. Por el contrario, en la industria láctea, las mejoras en la productividad no se convirtieron en disminuciones de los precios al consumidor.
En este marco no es difícil percibir la extrema debilidad de las políticas de regulación pública. El Estado se vio obligado a intervenir ante la prolongación excesiva de los períodos de pago de las grandes cadenas minoristas a sus proveedores. No es un secreto para nadie que existe una fuerte dispersión de los precios pagados al interior de la cadena láctea, producto de situaciones monopsónicas. Un monopsomio es la posición inversa al monopolio: en éste hay uno (o pocos) vendedores; en aquel hay un solo comprador (o muy pocos), que son los que compran la materia prima (la leche cruda). Así, imponen bajos precios “hacia atrás” sin bajar los que cobran “hacia delante” (a sus clientes o consumidores), ampliando sus márgenes de ganancia a costa de unos y otros. Por esta razón, en la situación actual de la trama lechera es necesario un sistema coherente que regule y ejecute políticas que intervengan dentro de la cadena láctea, que evite los desequilibrios derivados de la monopolización de mercados, y preserve la capacidad de compra de los asalariados. En este sentido, hay coincidencia de que el sistema implementado por el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, fracasó. Y se corre el riesgo de que su fracaso sea utilizado para desprestigiar toda forma de regulación pública. Por caso, La Serenísima y Sancor prácticamente no entregan el saché de leche acordado como referencia con el gobierno a menos de dos pesos. Simple: le agregan calcio, o alguna modificación menor, y lo venden más caro.
De todos modos, la “planchada” de los precios promovida por el gobierno se produjo por el cierre de las exportaciones decretado cuando el precio del mercado internacional favorecía a los productores locales. Luego, la sobreoferta del mercado interno hizo que cayeran los precios y la sequía terminó de completar el cuadro. Esto puede reforzar otra tendencia estructural: la actividad del tambo puede redireccionar su producción hacia la agricultura, pero eso implica pérdida de empleos y, por supuesto, menor producción de leche. Pero la ecuación económica es férrea: mantener una hectárea de tambo cuesta siete mil pesos anuales mientras que una hectárea de soja cuesta 600 pesos. Otra vez: más soja equivale a menos leche.
En este contexto, la suba del precio final de los productos lácteos, además de producir una baja del salario real y de aumentar los niveles de pobreza (al contrario de los deseos de Buzzi), puede ser poco útil para mejorar la rentabilidad de los tambos y corre el riesgo de que la mejora quede en los estratos superiores de la cadena láctea. El tratamiento del tema es fundamental porque los productos lácteos son bienes de consumo masivo de casi nula sustitubilidad en la canasta de consumo familiar. Es un bien-salario por excelencia, aunque paradójicamente todavía se encuentra gravado por numerosos impuestos (incluyendo el IVA al 21 por ciento).
Lo grave es que la Mesa de Enlace se monta políticamente sobre las carencias oficiales y hace una mezcla indebida poniendo el problema lácteo en el mismo plano de la discusión de la soja y de las retenciones. Lo mismo ocurre con el trigo, el maíz y la carne, donde se están negociando rebajas de retenciones. Pero hay un antagonismo entre la producción de los bienes salario (carne, leche, trigo) y la soja, donde el crecimiento de ésta última se da en desmedro de las demás producciones. Una estrategia de reindustrialización con mejoras en la distribución del ingreso requiere mantener tipos de cambio múltiples (retenciones), abaratar internamente los bienes salario y expandir el mercado interno. En tal contexto, los estudiosos del sector lácteo dicen que la producción de leche en Argentina posee un potencial enorme de crecimiento, “aunque para expresarlo debe superar la limitante básica de la cadena láctea, que es su falta de acuerdos sectoriales formales entre sus principales actores”. Este problema interno de la cadena láctea no puede, en modo alguno, legitimar la exigencia de la Mesa de Enlace de avalar un aumento del precio de los lácteos y una supresión en las retenciones a las exportaciones de leche en polvo. Es una dirección exactamente opuesta a una estrategia de desarrollo con distribución progresiva de los ingresos.