Los senderos del Bicentenario


El verdadero protagonista - Las comparaciones odiosas - Los debates


Por Lido Iacomini (Movimiento Patria Grande)


El verdadero protagonista


El vuelco de millones de argentinos a las calles para conmemorar el Bicentenario de nuestra Revolución de Mayo podría haber hecho exclamar a Mao o al mejor Perón que los pueblos son los verdaderos protagonistas de la historia. Y podríamos agregarle que la calidad de sus gobiernos o sus dirigentes estriba en su capacidad de interpretar sus necesidades, aspiraciones y deseos y facilitar la apertura de los cauces para su libre expresión.

¿Qué amalgama hizo posible ese patriotismo alegre, desacantonado y vital, esperanzado pero comprometido y por lo tanto esperanzador en los destinos de la nación? Ponga usted los acentos donde crea, ya que lo único irrefutable son los resultados, esta realidad.

Experimentados en vivir y luchar con dictaduras, con gobiernos antipopulares, habituados a gestos reflejos y meditaciones como oposición, sabemos que los descontentos y frustraciones acumulan como materiales explosivos en la conciencia del pueblo, hasta que se disparan en el momento preciso de su masiva expresión. Pero ahora estamos aprendiendo a calibrar como acumulan las transformaciones positivas, los avances en la distribución de las riquezas materiales y culturales, la puesta en valor del latinoamericanismo militante, cómo opera la manifiesta crisis del sistema imperial demostrando su debilidad e inconfiabilidad y sobre todo el desgaste de la abusiva prédica negativista descargada por la corporación mediática aliada a la oposición.

La propuesta del gobierno, amplia y generosa pero sin concesiones en su visión de la historia, en una apuesta cultural de masas sin precedentes, estuvo a la altura de un Bicentenario que reúne todas las condiciones de oportunidad histórica para el pueblo. Y entonces éste si hizo presente: se fundió con sus mejores artistas populares, se abrazó con los de los países hermanos, hundió en sus raíces su corazón y vibró con iguales y diferentes. Las minorías, desde los pueblos originarios hasta los hombres y mujeres con capacidades diferentes encontraron, atravesando las puertas del Bicentenario, las cualidades potenciadas y dispuestas de un pueblo sensible.

Sorprendió su patriotismo, que no perdonó ni dictadores ni ingleses, que honró a sus muertos y manifestó su conmovido respeto por las madres luchadoras. Los políticos más sinceros deberán tomar precisa nota, minuciosas de ser posible, de todos los signos y señales que el pueblo les ofrece.

No se trata de una encuesta que nos diga a quienes votarán en el 2011 sino con que conciencia y con quienes contamos para atrevernos a mas elevados desafíos y más profundas transformaciones.

Un acierto de sintonía fina tuvo el gobierno en la programación de los festejos, una inteligencia sutil y respetuosa al no “kirchnerizar” los eventos. Quizás faltó el remate de un discurso público de la presidente. Quizás.


Las comparaciones odiosas


Suelen ser casi siempre odiosas y generalmente injustas. Pero es necesario señalar algunas cosas: hubo dos Tedeums. El que organizó un Bergoglio furioso y despechado, pero en retroceso, juntando las hilachas de “su” oposición. Derrapó en lo intrascendente. En el otro Tedeum lo significativo fue su carácter interreligioso, un paso en dirección a la pareciera inalcanzable separación entre la Iglesia y el Estado. Pero no sucedió la esperada batalla de los Tedeums, fue tan sólo una escaramuza opacada por el imponente escenario que ocupó el pueblo del Bicentenario.

Algo parecido sucedió con el Teatro Colón aunque dio mas tela para cortar. No para rebajar la importancia indudable que tiene la remodelación de nuestro tradicional Teatro, ni para adherirnos a una superficial antinomia entre el Teatro Colón y la “Plaza”. Tengamos en cuenta que al Colón lo heredamos –de las élites desde ya- y hasta nos podemos sentir orgullosos de su historia y de su lugar en el mundo, sobre todo en la medida que podamos apropiarnos de su actualidad y de sus posibilidades. Porque si bien Mauricio Macri no es responsable del origen elitista del Colón (aunque sí su clase) si es dueño de su voluntad de resignificación. No es casual que en el escenario mayor de la 9 de Julio brillaran Fito Páez, Susana Rinaldi y León Gieco y en el Teatro Colón Ricardo Fort y Susana Jiménez. Y acá vemos como a veces es necesario comparar y no en el cálculo vano de si f ueron más al Teatro Colón o a la Plaza, sino en lo mas esencial como la dimensión artística: en el Colón importó quienes estaban, cómo vestían, quién los acompañaba mientras se ninguneaba el arte. En la 9 de Julio la potencia de nuestras raíces culturales y su fusión con la “gente”, bien vestidas con las escarapelas de la patria.

Pero el Teatro Colón dio lugar a otra odiosa comparación: a la que los “medios”, es decir las huestes de Magnetto, Ernestina de Noble y los Mitre quisieron establecer entre Jesucristo y Cristina Fernández de Kirchner. ¿Sería Cristina capaz de poner la otra mejilla y encaminarse a la reinauguración del Colón?

Por supuesto no podían decirlo así porque hubiera sido reconocer que Macri le dio una bofetada inicial. Pero era lo que pretendían. Para mí se equivocaron: los Kirchner no tienen, ni Néstor ni Cristina, el perfil de quien está dispuesto a marchar en crucifixión. Tampoco, a pesar de que abundan los confundidos, es posible identificar soberbia con dignidad. Por el contrario lo que necesita la nación es que quién se ponga a su frente no agache la cabeza ante los poderosos, no acepte las provocaciones y continúe ahora en este tercer centenario que comienza, el camino de la igualdad de sus ciudadanos, de la justicia para todos y la independencia nacional en el marco de la unidad latinoamericana.


El debate


El Bicentenario ha sido el momento propicio para el debate alrededor de la experiencia histórica, el papel de sus protagonistas, de sus verdaderos y falsos héroes, de los valores instituidos por los vencedores, del carácter de sus gestas y revoluciones. Debate en los cenáculos, en las cátedras, en Carta Abierta, en los medios y también en los cafés y en las calles: también el gobierno le dio al Bicentenario una impronta revulsiva, provocativa pero a la altura de las circunstancias nacionales y latinoamericanas. El Salón de los Patriotas Latinoamericanos inaugurado en nuestra Casa Rosada haría enrojecer de bronca a sus constructores, particularmente a Roca: los Túpac (Katari, Amaru) el Ché Guevara, Salvador Allende, Sandino, Eva Perón y todos los demás completan una obra simbólica y abren un horizonte cultural sin el cual ningún proceso de transformaciones tiene per spectivas de consolidarse. Muchos son los debates, muchos deberán ser los gestos simbólicos, muchas serán las batallas culturales para que el horizonte se amplíe hacia delante. No podemos ni debemos esperar gestos mansos ni dulces de la reacción. Pero será el pueblo el protagonista convocable, el que dirá la última palabra del ritmo y el rumbo de nuestra revolución.