Deben ser los buitres, deben ser
Por Octavio Getino y Susana Vellegia
Medio siglo atrás, para quienes éramos jóvenes adultos en esa época, el “deben ser los gorilas, deben ser”, servía a millones de argentinos para distinguirnos, a menudo con humor, de aquella fauna simiesca en la que convergían milicos y civiles cómplices todos de las sucesivas dictaduras cívico-militares que asolaron una y otra vez los derechos sociales y democráticos de los argentinos e hicieron hasta lo imposible para convertir a la Nación en una factoría sometida a los poderes imperiales de turno. Gorilas en cuya encarnadura trepadora asomaban las apetencias de poder autoritario y antinacional de numerosos políticos, empresarios campestres y de los otros; dueños de medios, periodistas y opinólogos; jerarcas de la iglesia, además de los uniformados y alguno que otro figurín de la cultura y las artes entonces en boga.
El término gorila se aplicaba, incluso desde la más esforzada resistencia, con cierto guiño de complicidad jocosa con la que confirmábamos nuestra identidad movimientista y popular, así como una probada capacidad para enfrentar y doblegar a los primates opresores. Además, si su signo identificatorio había nacido en un programa radial humorístico, tampoco era necesario tomárselo a la tremenda. Ellos, protagonistas o cómplices, detentaban el poder dictatorial y la censura absoluta sobre los medios, pero la mayor parte del pueblo argentino era dueña de las calles del país, y, como sentenciaba Perón, entre el poder sobre los medios y el poder en las calles, este último habría de ser el vencedor, tal como demostró la historia de aquellos años.
Ha pasado medio siglo y las cosas pintan diferentes. El pueblo argentino, es decir, la Nación con mayúscula, enfrentó sucesivas crisis de origen interno y externo, que desembocaron en lo que, sintéticamente, podríamos denominar tsunamis económicos, sociales y políticos – tal vez el primer síntoma fueron los bárbaros bombardeos del 16 de junio del 55- los que, de manera aislada quizá hubieran podido enfrentarse con éxito, pero que al converger potenciaron un gran tsunami cultural, mucho más complejo y difícil de superar. Es el que hoy se despliega de manera obscena ante nuestra azorada mirada y atormentados oídos.
La personalización de la furibunda campaña “anti-K” emprendida por los sectores –que antes llamábamos, con humor, gorilas- entre los que sobresalen hoy los medios de (in)comunicación y una “dirigencia política” opositora, escasa de intelecto pero de signo ultrista –de derecha, centro e izquierda- tan carente de ética como de proyecto nacional, no es sino una estrategia enmascaradora para la imposición de los mismos intereses que significan el retroceso del país en, al menos, 50 años.
Ellos son los que en las últimas décadas contribuyeron a y se solazaron con, el desmantelamiento, la extranjerización y la oligopolización de lo que fuera un ambicioso -y factible- proyecto industrial nacional; sojización de la economía rural; profundización de la tenencia latifundista de la tierra en desmedro de los pequeños agricultores; destrucción y contaminación de bosques, suelo y agua; concentración del ingreso nacional; deterioro acelerado de las instituciones políticas y de las representaciones populares; exclusión y pobreza a niveles inéditos; desestructuración de los sistemas públicos de salud, educación y seguridad social; fragmentación extrema de las relaciones sociales; ruptura de la solidaridad; oligopolización de las empresas de medios, devastación cultural; y otras lacras harto padecidas por los argentinos, que conforman una realidad nueva.
En esta nueva era la antigua pelambre está mutando a oscuro plumaje y, cual obra del realismo mágico, han aparecido varias figuras insólitas en disputa a los picotazos por el poder que, si bien están genéticamente emparentadas al simiesco elenco anterior -ahora imposibilitado de apelar al cuartelazo como práctica de “estilo”- intentan ocultar sus verdaderas intenciones y se metamorfosean en aves rapaces.
Los rotulados como “fondos buitres”, encontraron inmediatas extensiones en los “políticos buitres”, “comunicadores buitres”, “sojeros buitres”, “jueces buitres”, llegando incluso a contagiar a más de un intelectual o artista de prestigio que despliega sus flamantes plumas negras en entrevistas televisivas junto a viejos gorilas reciclados. Como buenas aves rapaces ellos necesitan vivir en bandadas y alimentarse de carroña, hábito que las inclina a promover la desgracia de los demás. Aunque uno trate de evitarlas, irremediablemente se las topa con sólo encender la televisión, escuchar radio o leer los periódicos de mayor circulación.
Ellas configuran una versión sainetesca de “unión democrática” mediática en la que se amontonan divas televisivas que actúan de madamas, nuevos políticos ex funcionarios de ex gobiernos atroces, que de tan viejos han perdido la memoria de sus andanzas; un vicepresidente esquizofrénico que ofrece lecciones de cinismo gratuitas; ex artistas beneficiarios de magníficos subsidios oficiales hasta ayer, hoy devenidos opositores atacados de buitrismo extremis; periodistas de derecha pagados por izquierda; fabricantes de encuestas de opinión a medida; pseudopitonisas desvariantes que escriben cartas denigratorias del país y las presentan a gobiernos extranjeros rogándoles su intervención civilizatoria en estas bárbaras pampas; gurúes económicos que jamás aciertan en sus predicciones...
Esta escenificación cotidiana de la política-espectáculo, a la par de obstruir las capacidades de análisis y reflexión de las personas, incentiva las más atávicas pulsiones destructivas que toda sociedad guarda, en mayor o menor medida, en su seno. Es violencia en estado puro. La diseminación de tan enorme potencial destructivo no es una cuestión metafórica, sino que se trata de un fenómeno cultural y sociopsicológico de nefastas repercusiones de orden material y simbólico, cuyo costo se carga en las espaldas de la sociedad toda. Los buitres atentan contra nuestros derechos y libertades, desde el mismo momento en que nos obligan a sobrellevar esta pesada mochila confeccionada a la medida de sus intereses y delirios. Pretenden hacernos cómplices o rehenes de su espectáculo. No lo fuimos, no lo somos y no lo seremos por más errores que el gobierno democrático cometa, que no son pocos. Entendemos, sin embargo, que es nuestra obligación como ciudadanos contribuir, en lo que esté a nuestro alcance, a superarlos. Y esto, no por puras razones políticas o ideológicas, sino por un elemental sentido de la dignidad como nación y seres humanos.
Tanto más indigna el retrogradante empeño del plumerío alborotado, por el componente machista que contiene y porque el escarnio constante a la figura que, mal que les pese, representa a todos los argentinos, ofende y desvaloriza al pueblo que la votó. ¡Pobre institucionalidad de republiqueta bananera sin producción de bananas, que se burla de la soberanía popular; festeja a un vicepresidente que lidera la oposición al gobierno que, institucionalmente, representa; se inclina reverencial ante los poderes fácticos internos y externos e inviste como dirigentes políticos a figuras carnavalescas! ¿Es este el “republicanismo” que quieren endosarnos?
Sólo unidos por el odio “anti” y la expectativa de reparto de los despojos de la política que están liquidando a picotazos, insensibles a todo aquello que rebalse los límites de sus ombligos bien comidos, sobrevuelan amenazantes nuestras cabezas. Con indisimulada vocación rapiñera –propia de las aves rapaces y de quienes se ceban en la desgracia de otros- tratan de destruir el proyecto que, con aciertos y errores, pero sobre todo con gran esfuerzo del pueblo argentino y de la presidenta votada por la mayor parte de éste, tratamos que, después de tantas frustraciones, pueda concretarse. Sabemos que no es una tarea fácil.
En esta coyuntura histórica es de una ingenuidad pavorosa suponer que podrá calmarse tanta furia destructiva con medidas tibias y “buenos modales”. Las restauraciones conservadoras son brutales e impiadosas y, si de algo carecen, es de buenos modales, según nos consta. Hoy se requieren respuestas más enérgicas y contundentes aún que las de hace 50 años, si no queremos lamentarnos cuando ya sea tarde para arrepentirnos por la pérdida de lo que, tan trabajosamente, los argentinos vamos re-conquistando.