Un D1OS transgresor, un pequeño Macaya desarticulado
Deus Irae
La Señal Medios
El vigor de una cultura que impone una bandera gigante con el rezo "Gracias Dios" haciendo referencia a una deidad que brinda una conferencia de prensa indicando que quienes la hostigaron deben "chuparla" constituye un síntoma de autoafirmación y rebeldía lo suficientemente profundo como para ser tomado en cuenta.
Nadie puede considerarse transgresor en la Argentina sin respaldar, o al menos respetar, al genio punk que --con folklore propio-- vapulea los corazones desde hace décadas y siempre sorprende por logros concretos cuando muchos sólo aguardan borrascas emocionales.
Diego Armando Maradona es un iconoclasta práctico y profundo: ni los británicos, ni los tanos del Norte, ni la Fifa, ni el Grupo Clarín lograron arredrarlo. Y su victoria en estas eliminatorias se potenció al máximo cuando, ya en el primer tiempo, la Argentina emergía bien plantada y Macaya Marquez sostenía que estaba "desarticulada".
La verguenza ajena que provocaban los comentarios tajantes de quien hizo toda una carrera asentándose en la falsa neutralidad para no toparse con imprevistos, contrastaba con la satisfacción de quienes veíamos a D1OS acertar en un esquema puesto en duda hasta por sus mismos fieles.
Porque hay que decirlo. Este fue el primer partido en el cual a las necesidades del combinado nacional se les ofreció un planteo, un ritmo y un control adecuados. Por vez primera en muchas fechas, el medio juego argentino tuvo el andar y la serenidad que faltaban.
Esto implica que algún día el Grande entre los Grandes deberá admitir que hay quienes efectúan condenas desde el rencor y quienes polemizan desde el mismo bando. Pero claro, él mismo lo señaló con nitidez: no quiero grises, soy blanco, o negro. Lo dijo aun cuando miles de grises estaban dispuesto s a volcarse a su favor.
El exitismo que entorna el fútbol puede llevar a conclusiones inadecuadas este dificultoso arribo al Mundial de Sudáfrica; guste o no, hasta la deidad tiene que aprender. Hay tiempo para que, olvidándose de la hojarasca, Maradona se zambulla en las materias ostensiblemente faltantes que lo consagrarán un director técnico con todas las de la ley.
Hay tiempo. Debe haber grandeza integral para admitir falencias y crecer. Y así, de paso, evitar que Verón se haga vocero de la "razón" y diga lo que Macaya Marquez quiere decir, quedando en sintonía con el argentino bien pensante, ese que olfatea Antipueblo y se lanza de cabeza en su auxilio.
La Argentina está en el Mundial. Costó más de lo debido. Se vienen los debates sobre jugadores locales y externos, sobre tácticas y convocados. Acerca de la nacionalidad de Messi, y de los talentos de Bielsa. El periodismo deportivo argentino, muy estrecho en sus conocimientos futboleros y muy condicionado empresarialmente, no está en condiciones de afrontar semejante discusión.
Es de prever que la deidad punk tenga un oído en el Pueblo y otro en la cancha, evitando así la ignorancia rastrera y la venalidad clásica de un gremio doblegado. Puto, al decir de los jugadores en sus cantos triunfales.
Porque en este país, aunque suene berreta, los dioses nacen en pesebres humildes, y se expresan en los códigos aprendidos en aceras irregulares. Eso lleva a muchos a anhelar un horizonte lejano, anglo, elegante. A otros, nos enorgullece.
Las victorias de Maradona surgen con un olorcito a revancha indudable. Multitudes anónimas aguardan su permanente renacer para celebrarlo con la plenitud que sólo permite una historia en común.
